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(ca) Spaine, Regeneration: Entrevista a O.S.L. Cultura, historia y luchas brasileñas. Segunda parte. (de, en, it, pt, tr)[Traducción automática]
Date
Tue, 5 Nov 2024 07:44:25 +0200
Entrevista con la Organizacion Socialista Libertaria (OSL) de Brasil por
Embat, Organitzacio Llibertaria de Catalunya ---- "ESTAMOS CONTRIBUYENDO
A CONSTRUIR UNA ALTERNATIVA SOCIALISTA Y LIBERTARIA PARA BRASIL" ----
PARTE 2: CULTURA, HISTORIA Y LUCHAS BRASILEÑAS ---- Entre las protestas
de 2013 y el primer año de la vuelta del PT al gobierno, tras el golpe y
Bolsonaro, mientras el CAC crecía hasta el colapso, ¿cómo valora estos
últimos 10 años? ¿Qué cambio se ha producido en la política y la
sociedad brasileña?
Los últimos 10 años han supuesto un gran cambio en términos de coyuntura
política y social en Brasil. En términos generales, ha habido, por un
lado, algunos intentos de avanzar hacia una izquierda más radicalizada,
a la izquierda del Partido de los Trabajadores (PT), y también la
pérdida de apoyo y la creciente moderación del PT y del petismo (fuerza
política y social vinculada al PT). Por otro lado, ha habido una
radicalización considerable de la derecha, formando una nueva extrema
derecha: el Bolsonarismo (fuerza política y social vinculada a Jair
Bolsonaro).
Este proceso comenzó con el agotamiento de los años de gobierno del PT
(2003-2013), caracterizados por la conciliación de clases, cuando se
hizo económica y socialmente imposible continuar lo que se llamó el
"juego de todos ganan" (mantener los beneficios de los de arriba y
proporcionar algunas mejoras a los de abajo). Este agotamiento tiene sus
raíces en la economía internacional, cuando los efectos de la crisis de
2008 se extendieron por todo el mundo y el auge de las materias primas
en Brasil comenzó a debilitarse. Y también en la forma en que el
gobierno del PT trató estos efectos: políticas económicas,
articulaciones políticas, prensa, etc.
Lo cierto es que el periodo comprendido entre 2013 y 2016 estuvo marcado
por un gran descontento popular y, al mismo tiempo, por importantes
movilizaciones populares. Hubo un número récord de huelgas, una mayor
organización de la juventud, así como protestas callejeras, ocupaciones,
etc. En muchos casos, esto significó un ascenso más radicalizado de las
luchas, que se situó a la izquierda del PT y del petismo, y consiguió
mantener cierta independencia de ellos.
La más importante de estas movilizaciones tuvo lugar en junio de 2013,
cuando el Movimento Passe Livre (MPL) de São Paulo, de orientación
ideológica autonomista/libertaria, organizó protestas contra el aumento
de las tarifas de autobús, metro y tren. El movimiento se vio alimentado
por un contexto creciente de luchas en torno al transporte, que se
estaban promoviendo en otros lugares (especialmente en las ciudades de
Porto Alegre, Goiânia, Natal y Río de Janeiro). Se generalizó y
nacionalizó, adquirió un gran atractivo popular y, en diferentes
circunstancias, adquirió un cierto radicalismo.
En diferentes regiones, estas manifestaciones empezaron a ser muy
disputadas por fuerzas políticas a menudo opuestas. Ciertamente, había
presencia de diversas fuerzas de izquierda, tanto moderadas como
radicalizadas. Pero también había una presencia de la derecha, que salía
a la calle (algo poco frecuente hasta entonces) y que se radicalizaba
progresivamente. Crecía un cierto espíritu de antipolítica, que también
se disputaban las fuerzas en juego a izquierda y derecha.
Esta lucha terminó victoriosamente y abrió la puerta a una nueva
situación en el país. Por un lado, los años 2014 y 2016 fueron testigos
de importantes procesos de lucha, como las manifestaciones contra la
Copa del Mundo (2014), las ocupaciones de escuelas secundarias y
universidades (2015-2016), así como innumerables huelgas y
movilizaciones. Pero, por otro lado, este fue un período fundamental de
estímulos para la derecha: el proceso golpista contra la presidenta
Dilma Rousseff avanzó y se materializó; la Operación Autolavado, a
través de un proceso de lawfare, estimuló este sentimiento antipolítico
en una dirección anti-PT y antiizquierda; una política nacional más
abierta y agresivamente neoliberal fue promovida por el gobierno de
Michel Temer.
En el contexto de esta confrontación, la derecha se ha desplazado
mayoritariamente hacia la extrema derecha, en un proceso de
radicalización fascista que culminó con la elección de Bolsonaro en
2018. Por su lado, la izquierda ha visto debilitados sus proyectos más
radicalizados y, hegemónicamente, ha respondido desplazándose hacia el
centro, (re)agrupándose en torno al petismo y proponiendo vías de
diálogo con el centro y el centro-derecha.
Durante los años del gobierno Bolsonaro (2019-2022), pasamos por la
pandemia de COVID-19 con un gobierno negacionista, que se negó a comprar
vacunas y acabó siendo responsable de una parte considerable de las
700.000 muertes que tuvimos en Brasil. Además, en términos económicos,
este gobierno ha avanzado mucho en proyectos liberalizadores, que han
provocado un aumento de la pobreza y un empeoramiento de las condiciones
de vida de los trabajadores. En términos políticos, ha fomentado el
fortalecimiento de la presencia de los militares en la política y ha
avanzado en proyectos autoritarios, coqueteando con golpes de Estado y
medidas de excepción. En términos ideológicos y morales, con amplia
ayuda de las iglesias evangélicas (principalmente neopentecostales), ha
contribuido a normalizar los absurdos neofascistas en la sociedad brasileña.
La ajustadísima victoria de Lula en 2022, fruto de un frente amplio que
unió desde la izquierda hasta la derecha moderada, no cambió mucho este
panorama. Actualmente, el gobierno de Lula intenta sin éxito volver a
las fórmulas conciliadoras de principios de la década de 2000. Se ve
constantemente acorralado por la extrema derecha y la derecha
tradicional ("centrão"), que es muy fuerte en la legislatura nacional.
En términos sociales, la gran disputa es actualmente entre el
bolsonarismo (extrema derecha) y el petismo (centro-izquierda, cada vez
más en el centro). No hay perspectivas de cambios significativos en
términos económicos, políticos o culturales.
¿Qué habéis aprendido de todo esto?
En los últimos 10 años, hablando más específicamente del anarquismo
brasileño, ha habido momentos de flujo y reflujo. Hemos tenido alguna
influencia en estos procesos de lucha (dependiendo de la región, mayor o
menor), pero no hemos conseguido ser decisivos a nivel nacional. Mucho
menos tener un impacto más significativo en la situación brasileña.
Podemos señalar algunas lecciones que aprendimos durante este período.
En primer lugar, quedó claro que el descontento y la movilización
popular no se desplazan necesariamente hacia la izquierda, y menos aún
en un sentido revolucionario y libertario. En otras palabras, como
también nos enseña la historia, en los procesos de radicalización de la
lucha están en disputa todas las fuerzas, incluida la extrema derecha.
Una vez más, está claro que no hay posibilidad de apostar por la
espontaneidad. Las masas no saldrán a la calle y construirán
automáticamente proyectos de izquierda, revolucionarios o libertarios,
aunque sean incentivadas a hacerlo por colectivos con estas posiciones.
En segundo lugar, la izquierda radical y revolucionaria (entendiendo
aquí el anarquismo como parte de ella) necesita tener condiciones reales
no sólo para estimular las movilizaciones y revueltas populares, sino
para darles una dirección precisa. Estas luchas necesitan ser
construidas diariamente, y la producción de una cultura política
libertaria parece ser fundamental para ello. En lo que se refiere al
anarquismo, lo que ha ocurrido en Brasil también refuerza nuestra
opinión de que para que esta construcción y dirección en sentido
libertario, y para que los movimientos y movilizaciones que surgen
constantemente puedan apuntar hacia un proyecto socialista y libertario
de transformación, no hay forma de renunciar a la organización política.
Para nosotros, esto significa un partido/organización anarquista
unitario y coherente, con capacidad de influir efectivamente en la
realidad y de disputar concretamente la dirección de las luchas,
movilizaciones y coyunturas de este tipo. Una organización política
anarquista que sea capaz de perdurar en el tiempo, registrar y discutir
sus logros, e incorporarlos a una práctica política coherente e
influyente. Creemos que es esta organización la que puede dar las
respuestas necesarias, no sólo a este tipo de situaciones, sino también
para avanzar hacia transformaciones estructurales de la sociedad. Es el
partido/organización anarquista -en la medida en que tenga una presencia
influyente en los sectores más dinámicos de las clases oprimidas, así
como un programa y una línea estratégico-táctica adecuados- el que tiene
las condiciones para estimular y contribuir a la construcción de un
proyecto de poder popular autogestionario.
En tercer lugar, han quedado claros los riesgos de que la izquierda
brasileña siga restringida a los límites del PTismo. Durante décadas, el
PT ha tenido una amplia hegemonía en la izquierda de nuestro país, tanto
política como socialmente. Cuando observamos la trayectoria histórica
del partido, vemos un movimiento progresivo hacia la burocratización,
lejos de las bases y hacia el centro. El PT surgió en 1980 con una
posición de izquierdas, vinculada sobre todo a la socialdemocracia
clásica, aunque contaba con sectores más radicalizados y una base
popular de masas considerable (sindicatos, movimientos sociales, etc.).
Lo que ocurrió a lo largo de las décadas de 1980 y 1990, y que se
acentuó en la década de 2000, fue una escisión de los sectores más
izquierdistas y un creciente movimiento hacia el centro. Este proceso
implicó no sólo el alejamiento de las bases, sino un esfuerzo activo por
socavar las viejas y nuevas iniciativas de articulación y movilización
de estas bases en favor de un proyecto de poder burocrático y centralizado.
En cuarto lugar, la necesidad de trabajar en la construcción de una
nueva izquierda radical, a la izquierda del petismo, y, como parte de
ella, disputar su dirección en un sentido libertario. El año 2013 mostró
una insatisfacción generalizada de la población con la situación en
Brasil. Nótese que fue la extrema derecha la que dio una respuesta
"antisistema", "contra todo lo que hay" (frase muchas veces pronunciada
por Bolsonaro), movilizando la noción fascista de "revolución por
encargo". En nuestra opinión, había (y sigue habiendo) espacio para que
una izquierda radical conteste este descontento generalizado. Y no nos
parece razonable combatir a la extrema derecha neofascista con
moderación y conciliación de clases.
En quinto lugar, en este proceso hemos visto avances en el debate sobre
raza, etnia, género y sexualidad, y lo consideramos muy positivo. Sin
embargo, también hemos observado que, junto con este proceso, se ha
producido un enorme crecimiento de la influencia posmoderna e
identitaria en Brasil, tanto en la derecha como en la izquierda, algo
que nos parece profundamente problemático.
En la izquierda (e incluso en el anarquismo), este identitarismo
posmoderno -muy influido por el liberalismo en EEUU y Europa- ha
promovido el individualismo, la fragmentación y la dispersión de las
luchas (cada persona/sector lucha sólo por "su" causa); ha socavado los
debates colectivos y ha desconectado las importantes agendas mencionadas
(género, sexualidad, raza, etnia, etc.) de una base de clase y de una
perspectiva de lucha clasista y revolucionaria. Esto ha llevado a la
confusión sobre quiénes son aliados, aliados potenciales, adversarios y
enemigos; a tratar a los que son diferentes como enemigos; y a tratar la
diferencia de forma autoritaria.
Seamos claros sobre nuestra posición en este quinto punto. Nacionalidad,
género-sexualidad, raza-etnia son cuestiones muy importantes. Lo que
criticamos es la influencia posmoderna y liberal en su tratamiento, que
creemos necesario combatir reforzando una perspectiva socialista,
libertaria, clasista, internacionalista y revolucionaria. Es más, la
realidad no puede entenderse de forma completamente subjetiva (como la
noción de que no existe una realidad material y objetiva, sino sólo
diferentes puntos de vista, experiencias y narrativas). Y las
identidades no pueden desvincularse de la realidad material
(estructural, coyuntural, etc.) en la que se producen.
En Europa llama la atención el auge de las iglesias evangelistas en
Brasil, que silencian a las clases populares y las arrastran hacia
posiciones profundamente reaccionarias. ¿Cómo afronta una organización
revolucionaria esta situación?
Investigaciones recientes han demostrado que cada día se abren 17
iglesias evangélicas en Brasil. Ya hay más iglesias en el país que
hospitales y escuelas juntos. Estas iglesias han ido ocupando espacios
en zonas donde el Estado sólo llega con la represión, y también espacios
que, hace décadas, contaban con la presencia de la izquierda y los
movimientos populares. Hoy, cualquier fuerza política que trabaje en las
periferias de las grandes ciudades tiene que lidiar con iglesias
evangélicas, como en el caso de nuestro activismo comunitario.
Las expresiones de izquierdas de los evangélicos como la teología de la
misión integral -que cumple un papel similar al de la teología de la
liberación entre los católicos-, se han debilitado mucho. Las posturas
moralmente conservadoras y económicamente liberales son cada vez más
frecuentes entre este público.
En cuestiones morales y éticas, los evangélicos tienden a ser
conservadores o incluso reaccionarios, por ejemplo, oponiéndose
frontalmente al derecho al aborto. En cuestiones económicas, dado el
llamado neopentecostalismo evangélico, vinculado a la llamada "teología
de la prosperidad" (el sector de mayor crecimiento entre los
evangélicos), existe un fuerte adoctrinamiento neoliberal. Esto se debe
a que hay valores que han sido propagados por estas iglesias que
refuerzan esta cosmovisión, como, por ejemplo, el estímulo a
enriquecerse en la vida y la defensa del emprendimiento individual como
camino de salvación.
Sin embargo, estas posiciones no son completamente hegemónicas. Todavía
hay sectores que apoyan políticas de ayuda social y agendas económicas
más vinculadas a la socialdemocracia; por ejemplo, votaron a Lula en las
últimas elecciones. Sin embargo, con el fortalecimiento de la extrema
derecha en Brasil, las iglesias evangélicas se han ido desplazando
progresivamente hacia la derecha y han constituido, aunque sin gran
homogeneidad, un destacado pilar de apoyo a Bolsonaro. El gobierno del
PT creyó que sería posible atraer a este sector ofreciéndole beneficios
y apoyo político, pero ha quedado cada vez más claro que no es una
salida posible. Tarde o temprano, la mayor parte de este sector tendrá
que ser tratado con dureza.
Obviamente, entre los obispos y pastores de las grandes iglesias
evangélicas hay innumerables "mercaderes de la fe" que aprovechan este
crecimiento para explotar a los fieles, enriquecerse personalmente y
expandir su poder económico y político. Lo que también llama la atención
de este crecimiento de los evangélicos es el papel que vienen cumpliendo
las iglesias, sobre todo en las zonas urbanas periféricas: dar respuesta
a ciertas necesidades que el capitalismo contemporáneo ha producido y
que giran en torno al trabajo, la hospitalidad, la sociabilidad, la
superación de las dificultades cotidianas, etc. Por ejemplo, cuando
estos evangélicos explican por qué van a la iglesia, hablan de
cuestiones como: conseguir trabajo, acceder a personas que les escuchen,
hacer amigos, disponer de espacios de ocio (educación, deporte, etc.)
para la familia, construir la esperanza en un mañana mejor, fortalecer
las redes de apoyo mutuo (escucha, préstamo de dinero, drogadicción,
etc.), establecer normas de vida (bebida, trabajo, delincuencia, etc.).
Un socialdemócrata podría decir que esas son funciones que debería
desempeñar el Estado, y en la medida en que el Estado sólo accede a esas
regiones para reprimir, las iglesias evangélicas han ocupado ese
espacio. Pero mirando la historia y la sociedad brasileñas, hay otra
respuesta posible. Ha habido diferentes momentos en nuestra historia en
que los movimientos populares han respondido a estas necesidades, como
en el caso del sindicalismo revolucionario a principios del siglo XX o
de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), vinculadas a la teología
de la liberación, en las décadas de 1970 y 1980. En este último caso, es
interesante observar que la mencionada burocratización del PT hizo que
los espacios abandonados en las periferias fueran ocupados por iglesias
evangélicas y otras instituciones.
Observa cómo estas mismas necesidades pueden tener respuestas
contradictorias. Hoy en día, un trabajador que acude a una iglesia
evangélica para aliviar su sufrimiento cotidiano y alimentar una
esperanza de mejora se verá animado a pensar que pronto podrá hacerse
rico como el creyente que tiene al lado. A principios de siglo, un
trabajador que buscara iniciativas sindicales revolucionarias para ello
se vería animado a construir esta subjetividad en torno a la posibilidad
de una revolución social y del socialismo. Esto se aplica a todas las
cuestiones.
Decimos esto porque nos parece fundamental entender por qué crecen estas
iglesias y encontrar alternativas capaces de responder a estas
necesidades, pero con un contenido profundamente diferente. En otras
palabras, necesitamos tener la capacidad de construir una cultura
política de clase, a través de movimientos populares, que reconstruya el
tejido social en estas periferias a través de la solidaridad, y que le
dé a este proceso un contenido clasista y transformador. Este debe ser
un aspecto central de un proyecto de poder popular. Dicha cuestión no se
resolverá simplemente criticando a las iglesias evangélicas, porque es
esencial responder a las necesidades del capitalismo contemporáneo. Este
es uno de los grandes desafíos de nuestro proyecto comunitario para las
periferias urbanas.
¿Puede darnos una visión histórica y contemporánea del sindicalismo en
Brasil? ¿Está el movimiento controlado por corrientes post-estalinistas
y trotskistas?
Para entender el movimiento sindical brasileño, es importante revisar
los orígenes del sindicalismo en Brasil, que comenzaron a principios del
siglo XX. En aquella época, los anarquistas desempeñaron un papel
destacado a través del sindicalismo revolucionario, que garantizaba la
independencia de clase y la autonomía organizativa de los trabajadores.
A lo largo de la década de 1930, bajo Getúlio Vargas, hubo un proceso de
vinculación de los sindicatos al Estado. En resumen, lo que ocurrió fue
lo siguiente. Por un lado, tras fuertes presiones, el gobierno cedió a
ciertas reivindicaciones históricas de la clase obrera brasileña en
materia de derechos laborales (entre otras: salario mínimo, jornada de
ocho horas, vacaciones pagadas, descanso semanal). Pero declaró
públicamente que se trataba de una iniciativa del propio gobierno. Por
otro lado, implantó una estructura sindical (unicidad sindical, impuesto
sindical obligatorio e investidura), que convirtió a los sindicatos en
organizaciones estatales que podían ser controladas por el Estado. En
otras palabras, el gobierno de Vargas limitó enormemente las
posibilidades sindicales.
Otros factores -como la línea internacional estalinista del Partido
Comunista, que promovía un sindicalismo reformista basado en la
conciliación de clases- contribuyeron a establecer un consenso en el
país de que el sindicato, en términos organizativos, era una estructura
ligada al Estado y sólo servía para tratar agendas económicas, a través
de la negociación dirigida a la conciliación entre capital y trabajo.
Esta estructura sindical, heredada de la década de 1930, sigue guiando
en gran medida la forma en que los sindicatos se organizan aún hoy en
Brasil.
Actualmente, a grandes rasgos, existen dos grandes sectores del
movimiento obrero en el país. Uno que defiende que el sindicato está
ligado al Estado y que su función es conciliar (a menudo incluso
defender) las reivindicaciones de empresarios y trabajadores. Y otro,
que defiende la independencia de clase y que el sindicato es un
instrumento de los trabajadores para exponer y fomentar el conflicto de
clases. Evidentemente, dentro de estos dos grandes sectores, hay
diferentes posiciones, que van desde las centrales sindicales que
defienden las políticas neoliberales hasta las que defienden la
revolución socialista.
Para entender las principales corrientes del movimiento sindical actual,
es esencial comprender la cuestión de la unicidad sindical, establecida
en los años treinta. La unicidad sindical establece que cada categoría
tiene (y puede tener) un solo sindicato, autorizado por el Estado para
representar a los trabajadores de esa categoría. No es como en España,
donde cualquier trabajador puede elegir el sindicato o la central
sindical que le represente. En Brasil, los trabajadores están obligados
a afiliarse al único sindicato autorizado para representar a su
categoría. Esto lleva a una disputa, sindicato por sindicato y en cada
categoría, y sólo después las direcciones elegidas aprueban a qué
central sindical se afiliará el sindicato.
Por poner un ejemplo práctico, un profesor de una escuela pública no
puede elegir afiliarse a la central CSP-Conlutas (que defiende la
independencia de clase), como un profesor español puede elegir afiliarse
a la CGT o a Solidaridad Obrera. En Brasil -si es de São Paulo, por
ejemplo- sólo puede afiliarse a APEOESP, que es el sindicato de
profesores del estado de São Paulo. A partir de ahí, ese profesor puede
disputar el día a día del sindicato para que asuman determinados cargos
y se afilien a una central sindical. En el caso de la APEOESP, el mayor
sindicato de América Latina, está afiliado a la Central Única dos
Trabalhadores (CUT), dirigida en su mayoría por una corriente interna
del PT.
Esto deja a los sindicalistas brasileños sólo dos opciones. Una es
participar en los sindicatos únicos e invertir en disputas internas. La
otra es invertir en la creación de una estructura sindical paralela. Ha
habido y hay algunas iniciativas en esta segunda dirección, pero están
resultando profundamente limitadas en cuanto al número de trabajadores
implicados y, sobre todo, a su capacidad de reivindicación en el lugar
de trabajo. En nuestro análisis, la opción de crear un sindicato
paralelo, al menos en este momento histórico, nos alejaría de la base
real de los trabajadores y sólo aglutinaría a unas decenas de
trabajadores con criterios demasiado ideológicos, en la medida en que
los sindicatos no tendrían capacidad para enfrentarse a la realidad
concreta de los trabajadores de a pie.
Por ejemplo, en este contexto de flujo y reflujo del movimiento
sindical, es poco probable que un trabajador clandestino se afilie a un
sindicato paralelo que es incapaz de negociar salarios, condiciones de
trabajo, etc. y que no le da respaldo político y jurídico contra el
despido. Esto es aún peor cuando hablamos de trabajadores precarios,
cuya menor estabilidad hace que, aunque quieran, tengan enormes
dificultades para afiliarse a un sindicato paralelo. Por ejemplo, un
trabajador de limpieza subcontratado, después de una larga jornada
laboral, a menudo marcada por la represión patronal, si se ausenta del
trabajo por una actividad de este sindicato paralelo, podría perder su
cesta básica de alimentos o un día de trabajo, ser trasladado a lugares
más insalubres o incluso ser despedido.
Hoy, el campo que defiende la independencia de clase (trotskistas,
algunos sectores anarquistas, marxistas autonomistas, etc.) es muy
minoritario. Las mayores centrales sindicales brasileñas son la CUT -de
línea socialdemócrata/social-liberal y dirigida mayoritariamente por el
PT- y la Força Sindical -controlada por sectores de la derecha y la
burocracia sindical patronal. Centrales intermedias son la Unión General
de Trabajadores (UGT) -que defiende políticas neoliberales- y la Central
de Trabajadores de Brasil (CTB) -controlada principalmente por el
Partido Comunista de Brasil (PcdoB), una escisión del Partido Comunista
Brasileño (PCB) y que sigue la línea del PC albanés-. También hay otras
organizaciones más pequeñas. Entre ellas, la única central sindical que
defiende la independencia de clase, y que está dirigida mayoritariamente
por trotskistas, es la Central Sindical e Popular Conlutas
(CSP-Conlutas). Otra organización en esta línea, que no es una central y
tiene muchos menos sindicatos/miembros, es la "Red" Intersindical
(Instrumento de Luta...).
En general, los post-estalinistas tienen poca participación en el
movimiento sindical brasileño. Debido a su flexibilidad ética y
estratégica, tienden a estar cerca de las categorías de forma más
pragmática, a menudo uniéndose a la CUT, pero sin casi ninguna fuerza
social capaz de influir en las políticas de la central, y mucho menos en
el conjunto del movimiento sindical brasileño.
¿Qué opina del anarcosindicalismo y/o del sindicalismo revolucionario?
¿Podría estar abriéndose paso una corriente autónoma en el sindicalismo?
En este complejo marco sindical, nuestra apuesta, tratando de adaptar
elementos del sindicalismo revolucionario, ha sido construir las luchas
en estos sindicatos existentes y luchar dentro de ellos. En todos los
sindicatos en los que hemos estado, hemos tratado de convencer a los
trabajadores de que el modelo de sindicalismo basado en la independencia
y el conflicto de clases es el que conduce a victorias concretas, y el
que permite acumular la fuerza social para romper después con el
sindicalismo estatal e impulsar transformaciones de mayor calado.
Entendemos que es necesario crear una estructura real, con una base
fuerte que pueda responder a la situación, apoyar a los trabajadores
afiliados contra la patronal y disputar la hegemonía con las centrales y
tendencias que defienden la burocracia sindical. Por supuesto, esto no
depende sólo de nuestra voluntad, no sucede de la noche a la mañana, y
sólo es posible con una planificación estratégica a medio y largo plazo,
que pueda establecer paso a paso las tareas necesarias.
Cuando examinamos la historia del anarquismo, del anarcosindicalismo y
del sindicalismo revolucionario, encontramos muchas referencias a lo que
estamos haciendo. Sabemos que, según los países y las regiones, la
distinción entre anarcosindicalismo y sindicalismo revolucionario cambia
mucho y es objeto de controversia.
Para nosotros, en términos de estrategia de masas, cuando damos
preferencia al sindicalismo revolucionario sobre el anarcosindicalismo
es porque, por ejemplo, entendemos que el modelo sindicalista
revolucionario de la Confederación Obrera Brasileña (COB), fundada en
1908 -basado en la propuesta de un sindicalismo que englobaba a todos
los trabajadores dispuestos a luchar, sin una vinculación explícita y
programática a una ideología o doctrina-, es más interesante que el
modelo anarcosindicalista de la Federación Obrera Regional Argentina
(FORA), a partir de 1905 -basado en la propuesta de un sindicalismo
vinculado ideológica y programáticamente al anarquismo-. Para nosotros,
el anarquismo debe estar dentro del movimiento sindical y no al revés.
El sindicalismo revolucionario que defendemos queda claro con la línea
de masas que explicábamos antes. No queremos sindicatos o movimientos
anarquistas, sino sindicatos de trabajadores que puedan tener una
referencia influyente en el anarquismo, a partir de determinadas
prácticas que sean capaces de apuntar hacia la transformación social en
la línea que apoyamos. Sin embargo, sabemos que hay un largo camino por
recorrer antes de que esta estrategia tenga las condiciones concretas
para ser implementada a gran escala en Brasil. Pero en la medida en que
creemos que los medios deben ser coherentes con los fines, y conducir a
ellos, ya estamos buscando construir esta perspectiva estratégica en los
sindicatos donde tenemos presencia.
¿Puede hablarnos un poco de la situación del campo en Brasil?
En primer lugar, es importante mencionar la importancia que la cuestión
de la concentración de la tierra tiene en la formación social de Brasil,
tanto en el campo como en la ciudad. Actualmente, Brasil tiene 453
millones de hectáreas bajo uso privado, lo que corresponde al 53% del
territorio nacional. Desde el período colonial, las clases dominantes
del país han intentado crear las condiciones para mantener la propiedad
privada en esta concentración de tierras.
En 1850, cuando el movimiento abolicionista cobraba fuerza y antes de la
Ley de Abolición de la Esclavitud, se estableció la Ley de Tierras para
regular la propiedad privada en el país. Entre otras cosas, esto impidió
que la población negra poseyera tierras para vivir y trabajar, y
contribuyó a la exclusión social de esta población. En otras palabras,
parte de las desigualdades sociales, las relaciones de dominación y el
racismo estructural en Brasil están relacionados con el proceso
histórico de concentración de la tierra en el país.
Por eso, históricamente ha habido diversos procesos de revuelta y
movilización en el campo brasileño, al igual que hoy existen diferentes
movimientos rurales, desde los más organizados a nivel nacional hasta
grupos locales más pequeños. A lo largo de la historia del país, la
población rural ha sido sistemáticamente expulsada a las grandes
ciudades debido a la concentración de la tierra, el acaparamiento de
tierras, la violencia y la falta de políticas que garanticen que los
pequeños agricultores y los trabajadores rurales puedan seguir viviendo
allí. Esto ha llevado a una concentración cada vez mayor de la población
en las grandes ciudades.
En gran medida, este contexto histórico también explica por qué Brasil
sigue siendo un país agrario exportador de granos, carne, minerales y
otros productos primarios. Brasil tiene el 45% de su área productiva
concentrada en propiedades de más de mil hectáreas, apenas el 0,9% de
todas las propiedades rurales. Y gran parte de la producción brasileña
de commodities agrícolas está vinculada a conglomerados con estructura
verticalizada, que controlan todo el proceso, desde la siembra hasta la
comercialización. Son empresas que explotan el mercado de tierras tanto
para la producción de commodities como para la especulación financiera.
A pesar de ello, más del 70% de los alimentos consumidos por la
población brasileña son producidos por la agricultura familiar y los
pequeños agricultores, pero ocupan la menor cantidad de tierra
cultivable del país.
Este modelo se ha profundizado y avanzado bajo gobiernos neoliberales y
de extrema derecha como Temer y Bolsonaro, pero también ha continuado
bajo Lula y Dilma. El lobby del agronegocio en Brasil está
institucionalizado y es fuerte; opera en el Congreso a través del Frente
Parlamentario Agropecuario (FPA, formalizado con este nombre en 2008).
Más recientemente, los ruralistas se han organizado en el movimiento
Invasão Zero (Invasión Cero), una especie de iniciativa paramilitar que
cuenta con el apoyo de sectores de seguridad pública, reprimiendo
ocupaciones de tierras y retomando territorios de comunidades indígenas,
principalmente en los estados de Pará y Bahía. Los conflictos y
asesinatos en el campo y la selva continúan bajo el gobierno de Lula,
especialmente en las zonas de avance de la frontera agrícola, en el
norte y nordeste del país.
En 2021, el gobierno de Bolsonaro creó el programa Titula Brasil, con el
objetivo de privatizar los asentamientos y acabar con las políticas de
Reforma Agraria. Y también para promover el desmantelamiento del
Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA), estimular
el aumento de la violencia en el campo y la destrucción del medio
ambiente. Aunque abarca todo el país, Titula Brasil fue diseñado
específicamente con el objetivo de acelerar el proceso de regularización
de propiedades en la Amazonia Legal, el principal foco de la política
expansiva de tierras defendida por Bolsonaro.
Además de estimular el avance de la frontera agrícola, especialmente en
el norte y nordeste, esta política también sirvió a los intereses del
sector de la ganadería industrial, parte de la base de Bolsonaro y el
sector más atrasado del agronegocio. También está el sector del
agronegocio de grandes haciendas mecanizadas y tecnificadas, de
monocultivos de granos vendidos como commodities agrícolas para ser
convertidos en alimento para ganado en países como China.
Por otro lado, el Plan Safra 2023 del gobierno de Lula (un programa de
incentivos para el sector agrícola) destinaba sólo el 20% del
presupuesto total a la agricultura familiar, mientras que la mayor parte
de los fondos federales siguen financiando el agronegocio y a los
terratenientes, que siguen gozando de exenciones fiscales. La liberación
de agroquímicos, muchos de ellos prohibidos en Europa, también continúa
bajo el gobierno de Lula. El número total de registros de pesticidas en
2023 fue de 555, inferior al total registrado en 2022 (652) y 2021
(562), pero todavía al mismo nivel que en los gobiernos de Temer y
Bolsonaro.
¿Cuál es la situación del movimiento de los campesinos sin tierra en
este momento?
En primer lugar, es importante caracterizar a dos de los mayores
movimientos rurales de Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) y
el Movimiento de Pequeños Agricultores (MPA). Debido a su tamaño, acaban
dominando esta cuestión en el país, por lo que hoy no podemos entender
el movimiento campesino sin hablar de ellos.
El MST se fundó en 1984 y el MPA en 1996. Ambos conforman el llamado
"proyecto democrático popular", según la terminología de los años
ochenta y noventa. Este proyecto dirige ahora principalmente otras
grandes organizaciones, como la Central Única dos Trabalhadores (CUT),
en el sector sindical, y la União Nacional dos Estudantes (UNE), en el
sector estudiantil. Y el PT es su gran representante político e
institucional. Es decir, es un campo que forma parte directamente del
PTismo o tiene mucha influencia sobre él.
Es importante recordar que el MST y el MPA también son miembros de la
Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y de Vía
Campesina, junto con el Movimiento de Afectados por Represas (MAB), el
Movimiento de Mujeres Campesinas (MMC), el Movimiento de Pescadores y
Pescadoras (MPP), la Pastoral Juvenil Rural (PJR), Coordinadora Nacional
de Comunidades Quilombolas (CONAQ), Movimiento por la Soberanía Popular
Minera (MAM), Federación de Estudiantes de Agronomía de Brasil (FEAB),
Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), Asociación de Estudiantes de
Ingeniería Forestal (ABEEF) y Consejo Indigenista Misionero (CIMI).
El principal programa del MST es la Reforma Agraria Popular, basada en
la brutal concentración de la tierra en Brasil. En este sentido, ha
elaborado un programa que aborda tanto cuestiones agrarias
(democratización del acceso a la tierra para quienes viven y trabajan en
ella) como cuestiones agrícolas (condiciones, técnicas y formas de
producir en una matriz agroecológica). Actualmente, esto involucra
diversos temas y agendas como género, educación rural, salud, cuestiones
LGBT, capacitación, producción, comercialización, vivienda y cultura,
entre otros.
El MPA surgió en los años 90 porque se dio cuenta de que el sindicalismo
rural era insuficiente para satisfacer las demandas de supervivencia de
los pequeños agricultores de entonces. Defiende y apoya la reforma
agraria, pero organiza a las familias campesinas y a los pequeños
agricultores que ya tienen sus propias tierras. Y lo hacen entendiendo
que son necesarias políticas que garanticen la permanencia de estas
familias en el campo y que la gente no tenga que abandonar sus tierras
para intentar sobrevivir en las grandes ciudades. Es decir, políticas de
vivienda, apoyo a la producción, créditos, comercialización, cultura,
ocio, salud, infraestructura y educación rural, entre otras. El Plan
Campesino es el programa que sistematiza las principales propuestas del
movimiento para estas cuestiones.
Hablando de la lucha actual en este sector, al inicio del actual
gobierno de Lula hubo ocupaciones en más de 10 ciudades, lideradas por
otro movimiento, el Frente Nacional de Lucha por el Campo y la Ciudad
(FLN) en el sureste y sur del país. El FLN fue fundado en 2014 y una de
sus principales figuras es un antiguo militante del MST, Zé Rainha.
Durante este periodo, el MST también ocupó temporalmente Incra, en el
sur de Bahía. A pesar de este inicio de año, recordemos que los
movimientos vinculados a Vía Campesina y al campo democrático popular
optaron por una línea de retroceso desde el primer gobierno del PT (2003
en adelante), y no apuntan a ningún cambio significativo, especialmente
en el nuevo gobierno de Lula.
Por ejemplo, durante el primer gobierno del PT (2003-2006), el MST
adoptó la línea de no seguir adelante con las ocupaciones de tierras,
sino de cualificar los asentamientos que ya existían. Apoyó la
liberación de políticas de crédito y desarrollo para la producción que
ayudaran a estructurar cooperativas de transformación y comercialización
en los estados, como cooperativas de crédito, lácteas, de arroz y de
derivados de la leche. Si bien, por un lado, la organización de
herramientas económicas es importante como forma de agregar valor a la
producción y generar ingresos para las familias asentadas, capacitar en
metodologías cooperativas y de trabajo colectivo, desarrollar
conocimientos y tecnología, y organizar el territorio, por otro lado,
puede generar mucha dependencia de las políticas públicas, los créditos
y los programas gubernamentales. Esto contribuye a una línea de
pensamiento que busca negociar primero y evitar presionar al gobierno y
que, con el tiempo, construye una cultura política de adaptación al
sistema en detrimento de una política combativa.
Lo cierto es que poco cambió la reforma agraria y la política de
agricultura familiar en los primeros gobiernos de Lula y Dilma
(2003-2016). Y empeoró aún más bajo los gobiernos de Temer y Bolsonaro.
A pesar de ello, los movimientos del campo democrático popular se han
limitado a manifestaciones ocasionales y ocupaciones efímeras de
carácter más político. Esto se debe, o bien a que han perdido la
capacidad de movilizar a sus bases, o bien a que han preferido dejar que
el gobierno de Bolsonaro se desgaste, apostando por un cambio de
situación vía elecciones en lugar de a través de la presión social de
las luchas y las calles.
Mientras tanto, el MST y el MPA han avanzado en diferentes formas de
diálogo y propaganda con la sociedad. Esto incluye agendas de género y
LGBT, campañas de donación de alimentos para comunidades y favelas
(especialmente durante la pandemia). Y más allá: formación de agentes
populares de salud, ferias estatales y nacionales de reforma agraria,
producción de arroz orgánico. Ejemplos de ello son espacios como
Armazéns do Campo (MST) y Raízes do Brasil (MPA) en las grandes
capitales, donde se vende la producción agroindustrializada de las
cooperativas y se realizan actividades políticas y culturales. Fueron
avances, aunque gran parte de este diálogo se mantuvo principalmente con
las clases medias urbanas. Algo que acabó dando al movimiento un rostro
más apetecible y saneado, y borrando la vieja imagen de los campesinos
con sus guadañas en grandes marchas y ocupaciones.
En las elecciones presidenciales de 2022, el MST y otros movimientos,
como los indígenas, también respaldaron a sus propios candidatos a
representantes estatales. Otros, como los trabajadores del petróleo,
apoyaron a candidatos de sectores vecinos. Esto se hizo en un intento de
hacer avanzar ciertas políticas y agendas a nivel institucional, pero
terminó contribuyendo aún más al distanciamiento de estos movimientos de
las políticas de acción directa. Al mismo tiempo que demanda una parte
importante de las energías de los movimientos, también está relacionado
con el hecho de que, incluso con un gobierno del PT y del mismo campo
político, la agenda de la reforma agraria sigue sin avanzar. Así como no
hubo avances significativos en las políticas de reforma agraria y
agricultura familiar en los primeros gobiernos de Lula y Dilma.
Actualmente hay cerca de 90.000 familias que siguen acampadas en Brasil,
esperando avances en la reforma agraria.
Nuestra perspectiva es que, dado el estancamiento en la respuesta del
gobierno a las cuestiones rurales, se reanudarán las ocupaciones de
tierras y las movilizaciones de masas a diferentes niveles. Porque, así
como el gobierno de Lula cede cada vez más al llamado "centrão" (la
derecha tradicional del Congreso), la extrema derecha de Bolsonaro
también sigue movilizándose. Mientras tanto, una serie de derechos
sociales están amenazados o necesitan avanzar urgentemente. Y esto sólo
puede lograrse con la presión popular.
Los procesos de movilización para presionar al gobierno por agendas
sociales, así como los procesos de ocupación de organismos públicos y de
ocupación de tierras y viviendas, también son tácticas importantes por
su carácter formativo y porque ayudan a renovar la militancia. El
repliegue es perjudicial para los movimientos sociales porque conduce a
una desmovilización cada vez mayor de sus bases y a una menor capacidad
de producir fuerza social. En consecuencia, tienen menos influencia en
la sociedad y menos referencia en el campo de la izquierda, como el MST
y otros movimientos hicieron de forma significativa hasta finales de los
años noventa.
Embat Organització Llibertària de Catalunya.
https://www.regeneracionlibertaria.org/2024/10/15/entrevista-a-o-s-l-cultura-historia-y-luchas-brasilenas-segunda-parte/
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